Guatambú blanco. Un árbol contra el Chagas.
En plena selva misionera, un gigante autóctono de 25 metros de alto, el guatambú blanco, contiene en su corteza compuestos que luego de ser modificados en el laboratorio, logran neutralizar, en pruebas in vitro, al Trypanosoma cruzi, el parásito causante de la enfermedad de Chagas, que mata a 10 mil personas por año en todo el mundo.
Un árbol nativo, el guatambú blanco, guarda en su corteza compuestos que, tras ser modificados en laboratorios, inutilizan al parásito Trypanosoma cruzi, que infecta a siete millones de personas en el mundo y mata a diez mil por año. El estudio, probado en líneas celulares, requiere aún años de investigación, pero abre la puerta a posibles medicamentos, dado que los actuales son escasos y con potenciales efectos secundarios para los pacientes de Chagas.
“Hemos obtenido un hit, o sea, Eureka, encontramos un compuesto líder. Lo fuimos a buscar a la selva misionera, lo pudimos aislar en grandes cantidades, lo purificamos en el laboratorio y le hicimos transformaciones que lo convirtieron en algo que inhibe al parásito causante de Chagas. Jugamos a ser la naturaleza por una buena causa. El paso siguiente es tratar de ver cómo funciona para poder mejorarlo”, sintetiza el doctor en Química, Jorge Palermo, quien junto con Lucía Fernández, Martín Edreira y un amplio equipo llevaron adelante la investigación en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. (Ver recuadro).
Con un largo camino todavía por andar, el grupo de trabajo viene también de una extensa trayectoria en la búsqueda de componentes en organismos marinos y terrestres que puedan servir para distintos usos. La historia muestra numerosos hallazgos en este sentido, y la farmacología -por ejemplo- exhibe en sus anaqueles no pocos exponentes de medicamentos obtenidos a partir de principios activos de vegetales. La investigación, en este sentido, es incesante, y se sabe que se debe contar con materias primas abundantes para lograr dar los primeros pasos.
“Encontramos un compuesto líder, lo fuimos a buscar a la selva misionera, lo aislamos, lo purificamos y lo convertimos en algo que inhibe al parásito causante de Chagas”, cuenta Palermo.
Una visita inesperada
En este rumbo y con una larga trayectoria detrás, se encontraba el profesor Palermo, director del Grupo de Investigación en Productos Naturales y sus Aplicaciones de Exactas UBA, cuando recibió en su laboratorio una visita inesperada de un biólogo en busca de extractos de plantas, que participaba en Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad. Se trata de una ONG, que trabaja en la restauración de la selva misionera degradada. En una superficie de mil hectáreas, cerca de Oberá, cuenta con un vivero con cultivos de árboles autóctonos para replantar, alojamiento para ocho investigadores y un laboratorio para viajes de campaña. “Con otra colega, no lo podíamos creer. Nos decíamos: ‘¡Esto no puede ser cierto!’”, relata Palermo. Y así comenzó un trabajo de colaboración en conjunto.
Hacia allá fueron tras los rastros de muestras de diversas especies. Numerosas de ellas ya han sido estudiadas y descriptas con sus particulares componentes. La literatura científica en este sentido ha venido acrecentándose año tras año desde hace siglos. “¿Qué tal si transformamos esos compuestos conocidos en cosas novedosas, modificándolos?”, se plantearon como eje de trabajo.
En el paraíso
Si a Palermo y su colega no le daban los ojos cuando se enteraron de este centro equipado para la investigación en Misiones, lo mismo les ocurrió cuando lo visitaron la primera vez: “Un lugar impresionante”. “Un paraíso natural”. “Cerros cubiertos de selva y cascadas”. “Es estar fuera del mundo”.
En medio del edén, la mirada apuntó a árboles grandes de 20 a 25 metros de altura. Uno de ellos fue el guatambú blanco (Balfourodendron riedelianum), autóctono, que en el pasado se usó para elaborar muebles de madera refinados, hasta que resultó cada vez más difícil de conseguir por la deforestación.
Si a Palermo y su colega no le daban los ojos cuando se enteraron de este centro equipado para la investigación en Misiones, lo mismo les ocurrió cuando lo visitaron la primera vez.
Como hormigas al pie de este gigante, el equipo científico hizo un corte en el tronco, un cuadrado de 30 por 30 centímetros. “Esto es como un pequeño rayón para el árbol que luego cicatriza, se regenera. Obtuvimos un kilo de corteza, de la cual pudimos sacar medio gramo de distintos alcaloides. Con estos empezamos a trabajar”, describe.
En estado natural, los compuestos extraídos del guatambú blanco no le hacían mella al Trypanosoma cruzi, que suele transmitirse a través de la picadura de vinchuca. ¿Y si los modificaban? “Trabajamos en colaboración con Martín Edreira, director del Laboratorio de Biología Molecular de Trypanosomas”, destaca. Luego de hacer las transformaciones, observaron que algunas de las estructuras obtenidas eran parecidas a otras sustancias que ya habían sido activas contra el T. cruzi, según la literatura científica. Entonces decidieron probarlas.
De cada uno de los dos alcaloides extraídos hicieron ocho derivados. De ese total de 16, uno logró inhibir al parásito causante de Chagas. En el único caso efectivo contra el T. cruzi, el compuesto lo era en los tres estadios principales del parásito: cuando aún no infecta, cuando sí lo hace y cuando corresponde a la etapa crónica. “Esto significa que resultó activo, o sea, que inhibe el crecimiento del parásito en sus tres estadios, lo cual es muy raro de conseguir. Al mismo tiempo -subraya Palermo- se probó que los compuestos no mostraban toxicidad”.
Medicamentos se buscan
Los logros han sido obtenidos en líneas celulares en laboratorio, se requiere aún optimizar el producto y luego hacer experimentos en animales antes de llegar a ser usados en humanos, en una enfermedad inquietante por los daños que genera y con pocas herramientas para contrarrestarla cuando pasa a ser crónica. “Aunque hay dos medicamentos actualmente en uso para el tratamiento de la enfermedad de Chagas, benznidazol y nifurtimox, su alta toxicidad en humanos requiere el desarrollo de reemplazos”, advierte el estudio publicado en ChemMedChem. Por ello, estima que “aún es un reto” conseguir nuevos fármacos activos contra T. cruzi.
“Durante muchos años, hubo poco interés de los laboratorios farmacéuticos por invertir en investigación básica sobre algunas enfermedades como Chagas y malaria que, por eso, se llaman desatendidas. Afectan en general a gente pobre, que no puede pagar un medicamento caro o su desarrollo”, dice Palermo, y sigue: “Luego, esas dolencias comenzaron a meterse en el primer mundo. Tropas que iban a un país tropical, volvían y empezaban a aparecer casos de Chagas en Estados Unidos. O emigrantes que provenían de lugares endémicos. Pero, aun así el dinero que se invierte en investigación en este campo es muchísimo menor que lo destinado a cáncer o disfunción eréctil”.
En el único caso efectivo contra el T. cruzi, el compuesto lo era en los tres estadios principales del parásito: cuando aún no infecta, cuando sí lo hace y cuando corresponde a la etapa crónica.
Por ahora, los hallazgos de científicas y científicos de la Argentina, si bien requieren de más pruebas, no son pasados por alto a la hora de valorar el trabajo realizado hasta aquí. “Estos resultados están en línea con nuestro objetivo de obtener compuestos prometedores como punto de partida para el desarrollo de nuevas terapias para la enfermedad de Chagas”, puntualiza el estudio, mientras destaca que puede potenciar la conservación del guatambú, “considerada una especie en peligro de extinción desde 1998, y promover proyectos de reforestación actualmente en acción”, concluye.
Equipo a pleno
María Belén Valdez, Diana María Bernal Giménez, Lucía Raquel Fernández, Alejandro Daniel Musikant, Gabriel Ferri, Daniel Sáenz, Gabriela Di Venosa, Adriana Casas, Esteban Avigliano, Martín Miguel Edreira y Jorge Alejandro Palermo llevaron adelante la investigación desde distintos institutos: la Unidad de Microanálisis y Métodos Físicos Aplicados a Química Orgánica del Departamento de Química Orgánica (CONICET-UBA); Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (IQUIBICEN, CONICET-UBA); Centro de Investigaciones sobre Porfirinas y Porfirias (CIPYP, CONICET-UBA); Hospital de Clínicas José de San Martín (UBA); Centro de Investigaciones Antonia Ramos (CIAR) de la Fundación Bosques Nativos Argentinos e Instituto de Investigaciones en Producción Animal (INPA, CONICET-UBA).