Cómo hacen las golondrinas para volver cada año al mismo nido después de volar miles de kilómetros
Cada año, las golondrinas regresan al mismo lugar como si recordaran cada detalle del camino. Detrás de ese ritual hay viajes extraordinarios, memoria y un fuerte vínculo con el nido.

“Volverán las oscuras golondrinas…”, escribió Gustavo Adolfo Bécquer para hablar de amores perdidos, pero también de esos retornos que parecen inevitables. Y, en efecto, las golondrinas, con una belleza poética sinigual, saben volver cada año al mismo sitio, al mismo alero, a la misma pared manchada de barro donde alguna vez criaron. Y ese regreso es una de las hazañas más precisas y sorprendentes del mundo natural.
Las golondrinas que aparecen en nuestros patios son migrantes infatigables. Pasan gran parte del año lejos, viajando miles de kilómetros hacia el norte, en busca de climas más amigables para pasar el invierno. Y luego, cuando mejoran las condiciones ambientales mejoran y el alimento vuelve a abundar, emprenden el regreso.
¿Cómo encuentran el camino?
La ciencia aún no tiene una sola respuesta, pero sí muchas piezas de este rompecabezas. Las golondrinas usan una combinación de señales naturales: el campo magnético de la Tierra como una brújula interna, la posición del sol y de las estrellas y hasta puntos del paisaje que reconocen en la ruta. Todo eso les sirve para orientarse y volver al mismo sitio de cría año tras año.

Las golondrinas forman parejas cada temporada de cría. Los primeros en llegar a las zonas de cría son los machos. Se adelantan para elegir el lugar del nido y, una vez instalado, hacen saber su presencia con vuelos circulares, cantos insistentes y un despliegue llamativo de la cola.
No es un detalle menor: las hembras prestan mucha atención a esas señales visuales. En especial, se inclinan por machos con alas y colas bien simétricas, un rasgo que suele asociarse con buena salud y fortaleza. Las asimetrías, en cambio, pueden delatar problemas genéticos, carencias alimentarias o el impacto de parásitos y enfermedades, factores que también reducen la expectativa de vida.
La longitud de la cola juega un papel clave en esta elección. Los machos con colas más largas resultan más atractivos y, además, suelen vivir más tiempo y resistir mejor las infecciones. Para las hembras, elegirlos implica una ventaja indirecta: esa apariencia funciona como una señal de buena calidad genética, que aumenta las probabilidades de tener crías más fuertes.

Pero lo fascinante es que muchos individuos regresan con la misma pareja que tuvieron el año anterior. No siempre es un “noviazgo para toda la vida” como solemos imaginarlo entre humanos, porque la vida de una golondrina está llena de riesgos y pérdidas (la migración es dura y muchos no sobreviven). Pero sí hay una tendencia a reaparearse con la misma pareja y en el mismo sitio, como si dijeran: “Si funcionó antes, ¿por qué no ahora?”.
Y aunque no siempre reutilizan exactamente el mismo montón de barro cada año, sí regresan a la misma ubicación, y muchas veces renuevan y reparan el viejo nido en lugar de construir uno desde cero. Para ellas tiene sentido: construir un nido de barro lleva cientos de viajes juntando materiales y mucho tiempo.

Los nidos de golondrina son obras de arte. Están hechos de barro, saliva y fibras vegetales, moldeados en pequeñas tazas adheridas a paredes o aleros. Cada superficie elegida refleja experiencia previa y éxito reproductivo. Y justamente por eso las golondrinas tienen tanta fidelidad: un nido bien ubicado es garantía de mejores chances de criar a sus crías.
Además, un nido estable les da una ventaja, ya que empezar a anidar temprano en la temporada significa más tiempo para reproducirse y criar polluelos antes de que cambien las condiciones ambientales o llegue el momento de migrar.
Una vida pequeña, una hazaña enorme
Durante los meses en que migran, se agrupan en bandadas grandes, pasan el día volando y alimentándose, y descansan en dormideros colectivos, muchas veces en juncales, árboles o zonas húmedas. En esos lugares no suelen criar, sólo están de paso.

La vida de una golondrina no es demasiado larga. En promedio viven alrededor de tres a cuatro años, aunque algunas llegan a ocho o más si tienen suerte. Esto significa que muchas repiten este retorno varias veces en su vida, sorteando las dificultades de volar enormes distancias por mucho tiempo.
Quizás por eso su retorno anual es conmovedor, igual que el poema de Bécquer. Las golondrinas vuelven porque saben exactamente dónde estuvo su hogar. Y cada vez que reaparecen en nuestros cielos, nos recuerdan que algunos regresos no necesitan explicación: solo alas, tiempo y un lugar al que volver.
FUENTE: meteored Por Mariela de Diego

