El inmenso gasto del Estado deja sin opciones de financiamiento a los privados
El manejo irresponsable de las cuentas públicas condiciona severamente las opciones de financiamiento al sector productivo. Todos los caminos responsabilizan del desaguisado a un nivel de gasto que no puede financiarse en condiciones normales.
A ciencia cierta cuesta mucho encontrar un aspecto de la economía actual que pueda rescatarse. Donde uno mire, donde intente reunir elementos de juicio, donde pretenda interpretar los principales indicadores, los desaciertos lo asaltan en tropel, para terminar con una desazón mucho peor de la que alguna vez sospechó podía tolerar.
Un trabajo de la Fundación Libertad y Progreso confirma lo que la mayoría sospecha: el crédito se esfuma en esta Argentina necesitada de casi todo, especialmente grave cuando la seca, el calor y las heladas se llevaron el capital de trabajo que el empresario de campo había puesto en juego para la campaña 2022/23.
De acuerdo con datos del propio Banco Central, los préstamos al sector privado en el comienzo del mes en curso sumaron $8,3 billones, lo que representa apenas el 32,0% del total de depósitos en el sistema financiero ($26,0 billones). Se trata de la proporción más baja desde el año 2004. A decir verdad el deterioro arranca en 2017, cuando los préstamos al sector privado orillaban el 64%. A partir de allí se inicia una tendencia decreciente que se ha acelerado en los últimos años. Desde entonces hasta ahora se han perdido nada menos que 32,7 puntos porcentuales.
Las razones son conocidas. Hasta cansa reiterarlas. Un Estado clientelista necesita un manantial de dinero, no hay plata que le alcance, y termina absorbiendo gran parte del crédito disponible, ahogando al privado. Y si hay poco para repartir entre los mortales comunes, hay que pagarlo más caro si se quiere reponer capital y llevar adelante inversiones. En los países serios lo que sobra en este momento es capital para ofrecer a los emprendedores.
De esa forma se cierra el círculo vicioso. El Estado gasta a voluntad, los privados no consiguen financiamiento o les resulta mucho más costoso, y así la rueda se va deteniendo lenta e inexorablemente. No hay crecimiento ni progreso. Todos y todas retroceden un montón de casilleros.
Son las consecuencias de aguantar a cualquier precio un déficit fiscal inmanejable y la deuda originada en pasivos remunerados, que ya equivale al 200% de la base monetaria. Y no es fácil hacerlo. Al finalizar enero, esta deuda superaba el 8,6% del PBI, unos u$s 55 mil millones al tipo de cambio oficial, más de 12 veces las reservas netas. La Fundación advierte que este rojo del demonio devenga intereses anuales por $ 7,8 billones; lo que equivale al 28% del presupuesto de la Administración Pública Nacional para 2023.
Los autores del desaguisado pagan una tasa de interés efectiva anual del 107% (hoy), que genera un gran atractivo para los bancos comerciales en un contexto de control de cambios. Así, la desigual competencia del Estado y el BCRA por el crédito disponible le quita incentivos a los bancos comerciales para que deriven una mayor parte del crédito hacia el sector privado.
Para colmo, el sistema financiero argentino es limitado: equivale a alrededor del 14% del PBI, es decir, un décimo del promedio mundial, lo cual complica aún más el escenario.
Como bien dice el economista Aldo Abram, todos los gobiernos prometen ampliar el crédito para producir, invertir o consumir. Sin embargo, luego implementan políticas que aumentan la incertidumbre o generan inflación que desincentiva el ahorro, achicando el financiamiento disponible. Y completan su derrotero nefasto recurriendo a instrumentos de muy alto costo para capturar el escaso crédito que ofrece el mercado local y sostener el statu quo.
Por un medio u otro el ajuste siempre lo hacen los privados. El único consuelo es que cada vez se habla más del tema, crece la convicción entre la gente de a pie que el sistema es enormemente injusto. En algún momento, antes o después, la fiesta llegará a su fin y la de vida de los argentinos se llenará de esperanza. Que así sea.
Fuente: Chacra