Ganadería en oasis patagónicos: entre el calentamiento y los fríos extremos
En esta gélida región argentina, la producción ovina se basa mayormente en el forraje que producen unos humedales llamados mallines.
Para quienes no conocen los ambientes de la Patagonia, se puede decir que los mallines son oasis, pero no de esos rodeados por médanos y palmeras como en el Desierto del Sahara, sino cubiertos de pastos de alta calidad para las ovejas. Aun cuando apenas representan el 1% de la superficie de esta región, constituyen el sostén principal de su producción ganadera. En el marco del calentamiento global, la productividad forrajera de estos oasis fríos del sur podría cambiar. Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) halló que la temperatura es responsable del 84% de las variaciones en la producción de forraje de los mallines. ¿Por qué el aumento de la temperatura hace que algunos de ellos produzcan más pasto y otros, menos?
El trabajo que Gonzalo Irisarri, docente de Forrajicultura en la FAUBA, y colaboradores resalta la importancia de los mallines patagónicos. En este sentido, el investigador comentó: “Al estar ubicados sobre ríos y arroyos, los mallines tienen agua en abundancia y producen pastos de alta calidad. Por eso son un recurso esencial para la ganadería ovina. Como esta región es un desierto frío que -al igual que el planeta- se está calentando lentamente, nos pareció crucial estudiar de qué manera se relaciona la temperatura con la productividad de los pastos en estos oasis”.
Gonzalo, quien también es investigador del CONICET, señaló que no existen mapas que detallen la ubicación de los mallines. Se cree que cubren en total cerca de 1 millón de hectáreas, equivalente al 1% de la superficie de la región. Por ello, antes de realizar el estudio debieron generar información faltante: la ubicación y la superficie de cada uno de los mallines en toda la Patagonia. En base a trabajos previos e imágenes satelitales del 2001 al 2019, se lograron ubicar 543, distribuidos desde Tierra del Fuego hasta el noroeste de Neuquén siguiendo una línea paralela a la cordillera, asociados a los cauces de los ríos y arroyos que bajan de ella.
Forraje, temperatura y degradación
Con toda la información de base disponible, Irisarri pudo llevar adelante su investigación. “Las imágenes satelitales de veinte años para atrás nos permitieron estimar la producción de forraje mes a mes para cada uno de los 543 mallines. Lo primero que vimos fue que era muy variable -los gráficos parecían electrocardiogramas-. Entonces, nos preguntamos cuánto de esa variación se debía a la temperatura, y por medio de análisis estadísticos encontramos que explica más del 84% de las variaciones en la producción de materia seca de los pastos”.
Las mismas imágenes satelitales también le permitieron al investigador determinar si la relación entre la producción de forraje y la temperatura cambió en el tiempo. “Encontramos que entre 2001 y 2019 disminuyeron un poco las restricciones de la temperatura al crecimiento de las plantas, sobre todo en los mallines de sitios extremadamente fríos como la Isla Grande de Tierra del Fuego o contra la cordillera. En otras palabras, vimos que en esos lugares, cada grado de aumento en la temperatura significó una producción mayor de forraje”.
En otros mallines, sin embargo, Irisarri encontró la relación exactamente opuesta: por cada grado de aumento en la temperatura se produce cada vez menos pasto. Su explicación es que en esos mallines, el efecto de la temperatura se solapa con la degradación que causa el sobrepastoreo. “Si un productor necesita 100 vacas para vivir y su mallín produce cada vez menos, para sostener las 100 vacas presiona cada vez más sobre ese recurso, y así se genera una especie de ?círculo vicioso’ del que cuesta salir”.
¿Un recurso descuidado?
Según Gonzalo Irisarri, el estado de conservación de los mallines patagónicos es un asunto ?con varias aristas’. “En este sentido, lo que uno se puede preguntar es ¿cuántos mallines están protegidos por Sistema Federal de Áreas Protegidas? Y la respuesta es prácticamente cero, están todos afuera”.
“Podríamos decir que eso es un problema. Sin embargo, y como dije antes, la ganadería patagónica ovina depende mucho de los mallines, y el primero que conoce muy bien su valor es el productor. Entonces, aquellos productores que disponen de estos oasis en sus campos hacen grandes esfuerzos para preservar y mejorar su producción forrajera, dentro de lo posible”, afirmó el docente.
Y añadió: “Además, también hay que agregar las dificultades económicas. Que estas áreas a veces tengan más animales que las que deberían -a riesgo de degradarlos- es porque resulta carísimo alambrarlos para manejarlos distinto al resto del campo”.
El valor de la información
Irisarri destacó, a su criterio, los mensajes salientes de la investigación. “El primero es que ahora sabemos que la temperatura explica mayormente las variaciones de la productividad de los pastos en estos ambientes. Los pronósticos del tiempo son cada vez más precisos, y saber si la temperatura de los próximos meses será más baja o más alta le va a permitir al ganadero ovino ir previendo qué puede esperar de sus mallines”.
El docente de la FAUBA también hizo hincapié en que la relación entre producción de forraje y temperatura cambia en el tiempo y en el espacio. “Los productores tienen que estar alertas. Para aquellos en cuyos campos se cumple que cada grado de aumento en la temperatura produce más pasto, el mensaje de mi trabajo es positivo. Y para aquellos en que la relación es la opuesta, el mensaje es desalentador, pero al menos hoy cuentan con esta información”.
“Pienso que quienes estén en esta última situación tienen que articular con instituciones como el INTA y las áreas de extensión provinciales para intentar frenar ese efecto negativo hasta revertirlo”, sugirió Irisarri a modo de cierre.
Fuente: Chacra