El novillo perdió el 15 % contra la inflación, pero ahora los cronistas no están en esa noticia
Un clásico muestra a las cámaras de TV reflejando cada suba de la hacienda y la carne vacuna, implacablemente. Ahora que a ambos les toca ir detrás de la inflación, las luces se han apagado.
La vocación demagógica del Estado es infinita. Mucho más fácil que reconocer los errores cometidos es maquillarlos con precios supuestamente cuidados, con prohibiciones en nombre de ideologías perimidas y pensamientos que atrasan 100 años.
El consumo de carne vacuna viene en la pendiente. Es el oscuro objeto de deseo de burócratas de todo tipo que encuentran en ella parte de su razón de ser. Pero esa menor demanda no obedece al costo de este emblemático producto sino a la pauperización de una población cada vez más apretada en sus ingresos. Son salarios pulverizados por la inflación, aun en el caso de muchos trabajadores formales, especialmente de pequeñas pymes que no encuentran otra forma de sobrevivir que licuando lo que le pagan a sus empleados. Desde luego, toda la culpa recae sobre el desmanejo económico que ha venido sufriendo el país desde hace muchos años, pero nadie se hace cargo del desaguisado ni trabaja para resolverlo.
Son los mismos que apuntan a los productores cuando razones circunstanciales llevan a una suba en el valor de la hacienda y de la carne en el mostrador. Implacables, eligen rápidamente un chivo expiatorio. Hoy ya no hay cámaras de televisión ni letras de molde, ni entrevistas a supuestos representantes de los carniceros minoristas, indignados con los precios que provienen de quienes faenan.
La noticia dice que el novillo perdió 15% contra la inflación en lo que va del año. Viene en caída libre desde el pico de Pascuas y ha resignado casi un tercio de su valor deflacionado en estos cinco meses. La vaquillona transita un camino similar. Aun con un bajo ingreso semanal, el mercado no logra recuperarse plenamente ante una demanda que sigue sin poder de tracción. Los precios no se mueven en medio de un país que soporta un 7% de inflación mensual.
Así, nos disponemos a ingresar en el último tercio del año con un panorama poco amigable para el negocio ganadero. Sobra oferta debido a la restricción que ha impuesto la seca, con precios internos planchados e insumos cada vez más caros. Para colmo, la exportación ya no tracciona las cotizaciones, producto de la desaceleración de la demanda china.
De acuerdo con la Bolsa de Comercio de Rosario en los primeros ocho meses del año el precio de la carne al mostrador acumuló una suba del 31,3% mientras que la tasa de inflación en el periodo asciende al 46,1%. En términos relativos se ha deteriorado drásticamente en los últimos tres meses.
Los engordadores prenden velas y esperan un milagro de primavera, materializado bajo la forma de lluvias que logren revertir el estado actual de los campos aumentando su capacidad de retención. Eso ayudaría a restar presión de oferta de hacienda en un mercado bien abastecido y con un comprador que ya no sabe que inventar para llegar a fin de mes.
¿Cuál es el sentido de prohibir exportaciones de ciertos cortes en este momento, más allá de que no tiene lógica en ningún caso? Lo que sobra es carne vacuna. Los especialistas insisten en que la Argentina podría perfectamente elevar el volumen negociado fronteras afuera sin complicar el mercado interno en no menos de 15.000 toneladas equivalentes res con hueso mensuales.
Entienden que no hubo ni habrá riesgo alguno de que falte carne vacuna en la mesa de los argentinos. Las exportaciones de este producto, en todas sus variantes, ya se deberían haber liberado totalmente. El país necesita esas divisas y el ganadero precisa recomponer ingresos. Es hora de un gesto racional hacia el sector. No puede demorarse más.
Fuente: Chacra