El intervencionismo va de fracaso en fracaso
Tarde o temprano los mecanismos de manipulación de mercados crujen y demuestran su incapacidad para mejorar la vida de la gente. El problema es que se insiste en estos esquemas perimidos.
En los países serios el combate de la inflación bajo ningún concepto puede estar en manos de un secretario de Comercio; es manejado exclusivamente por el Banco Central. Conforma además un objetivo prioritario, por eso las medidas se toman cuanto antes. Nada es más importante que ponerle límites a un proceso que empobrece, destruye la moneda local, frena las inversiones, le quita trabajo a la población y termina deteriorando incluso su calidad de vida.
La abanderada de la lucha contra la inflación por estos días es la Reserva Federal de Estados Unidos. Hay que decir en principio que, como debe ser, se trata de un organismo independiente del poder político y sus autoridades han sido concluyentes: “Nada es más importante que terminar con este flagelo, aún al costo de enfriar demasiado la economía del país”.
En la Argentina la teoría imperante ha sido otra. En dos años y medio el gobierno ha tomado muy pocas medidas efectivas contra la inflación, que fue creciendo hasta llegar a los niveles ciertamente demenciales de estos días. Lejos de ser la espada clave en esta batalla, el Banco Central aceptó emitir cifras astronómicas, precisamente la principal causa de la carestía descontrolada que vive el país.
Se prefirió caer en los golpes de efecto, y en eso el campo es siempre el chivo expiatorio elegido en procesos de impronta demagógica. Esto a pesar de que las estadísticas demuestran que rubros como la indumentaria subieron más que los alimentos. La carne, el pan, el aceite están bajo la lupa, como si con tres productos atados a precios ficticios se fuese a cambiar la situación de la familia argentina, cada vez más ahorcada por los gastos del mes.
Mientras tanto, se distorsionan las cadenas de valor del sector agropecuario, que en más de un caso están llegando al límite, y como todo va hacia abajo, el que lo paga de un modo u otro es el productor. Los aceiteros le plantearon al secretario de Comercio que el fideicomiso -actualmente tiene u$s 190 millones- está llegando al límite del presupuesto previsto para este año, y queda poco tiempo para encontrar una solución. La industria habla de fuertes pérdidas para mantener un precio irrealmente “bajo” al consumidor, que a su vez obtiene pocos beneficios con el sistema. Es difícil no sospechar que los u$s 60 millones que tuvieron que poner de más los aceiteros los acabó pagando de un modo u otro el hombre de campo. No hay creación mágica de dinero ni bienes gratuitos, alguien pierde inevitablemente.
Algo parecido puede decirse de la carne vacuna, en que se mantiene frenada la exportación de siete cortes, que de todas maneras subieron sustancialmente en los últimos 12 meses por razones ajenas a las planteadas como responsables de sus precios. Y los lácteos, donde las empresas aportan recursos para mantener determinados precios al consumidor a cambio de que las dejen exportar con cierta libertad. Hay que sumar al Fondo Estabilizador del Trigo Argentino, que tomó ingresos de la soja y jamás consiguió poner en caja los precios del pan.
Lo peor de la historia es que el gobierno insistiría con estos mecanismos. Los controles de precios han fracasado desde los albores de la humanidad. Jamás reemplazan un plan económico correctamente estructurado. Es lo que sigue faltando.
Fuente: Chacra